RITMO LISURE
“Susana,
Susana,
el
día en que te conocí rompí mi ayer...
Susana,
Susana,
llegaste
quizás porque así tenía que ser.
No
niego que por ti fue que volví a reír
de
nuevo soy yo mismo proyectado en ti,
y
tus ojos se llenan de mí,
mis
manos se colman de ti,
tu
voz que sonó musical
y
va en mi manera de amar”.
Susana,
José Feliciano.
El amor eras tú,
pero no eras para mí.
1
Miro mi rostro en el espejo y examino cada una de mis expresiones. Mi piel refleja cansancio y a su encuentro han llegado relieves que parecen no querer irse. Aquellas líneas han sido invitadas por la angustia, el llanto y las noches de sacrificio. Mis ojos, aquellas ventanas que en su interior guardan enigmas sin resolver y misterios sin revelar al mundo, pero que más que ello, guardan dolor, pasión y sufrimiento. Mis labios son un baúl de palabras no expresadas y sentimientos encriptados. Sentimientos que en su momento temí expresar y hoy han erigido casas fantasmagóricas en mi interior. Mi rostro refleja dolor, resentimiento y sentimientos de culpa. Sí, me culpo. Me culpo por haberme olvidado de mí misma muchos años, por no haberme respetado ni haber liberado a tiempo mis emociones. Me culpo por las noches que sequé mis lágrimas en la almohada y pinté un rostro sonriente cual cuadro pintoresco que se usa para ocultar una grieta. Me culpo por todo lo que perdí y por todo lo que abandoné, porque en medio de todo, me perdí a mi misma. Hoy me miro al espejo y encuentro un rostro marcado por la lucha, el sacrificio y la aflicción. Un rostro que reclama perdón, que suplica reconciliación y liberación. Un rostro que ruega que me perdone.
2
Lisure.
Así como
la risa es contagiosa, así como los gigantescos perros negros de la depresión,
te persiguen, te ladran, te quieren morder y despedazar el cuello, también la
tristeza es contagiosa, Lisure. A veces pienso que muchas de las facetas y
situaciones vividas por Lisure darían tema suficiente para escribir una novela. Una novela de terror, de amor, de música, una alegoría, relatar una metáfora
utilizando la imagen de Lisure en la rica tradición rumbera caleña, decir que
como Cali, Lisure también es bella, alegre y peligrosa. Contar a través de los
ojos de quienes tuvimos el privilegio y
el tormento de verla, conocerla y
soportar un poco más de cerca a la mujer bonita que ama la salsa, que disfruta y le encanta su soledad, pero que
también y sobre todo, siente placer al
leer novelas clásicas, cuando no la asustan
los fantasmas del pasado ni tantos recuerdos extraviados tirados por toda la
casa, y es feliz de verdad, cuando escucha y baila en su Salsa Bar, todos los ritmos latinos, vistiendo en sus trajes
los colores más vivos que aderezan su libertad anhelada, revelados en los tonos
de su maquillaje tenue, en su ropa perfumada de hormonas emanadas de sus poros
y su piel, de la mujer que también sufre y llora acurrucada como una niña, que es deseada al mismo tiempo, por
un ejército de ilusos que la pretenden, persiguen, acosan e imaginan amanecer
junto a ella, escucharla roncar y balbucear entre dormida el nombre de su
hermosa hija en las lluviosas madrugadas de abril. Su niña linda, réplica
genética de su infancia difícil y áspera, su pasado gris sin sonrisas ciertas,
con vientos nostálgicos que traen entre remolinos, dolorosos momentos que se niegan a ser
olvido. Es por eso que todavía la hermosa Lisure recuerda, cuando entre burlas
su propia madre y su hermano, la llamaban Sandra
Mora, ahora llora que llora, en lugar de darle un beso y un abrazo que la consolaran. Diré, Lisure, a propósito de ti, de tu mundo y
de este tonto universo que por ti he creado, yo sufro por ti, Lisure gitana y esa gitana por otro llora. Su
niña, que es el único tesoro de sus días y por quien conoció como madre el amor
más puro y verdadero. Lisure es una mujer que aunque no esté en sus días, se
siente bien, se siente mal, está incómoda, quiere gritar, escribir, sentir,
bailar, cantar, leer, vivir y escaparse de su pasado y de su rutina. No sé, mujer, tu tristeza también me duele, cuando te encierras en el baño a llorar, cuando te secuestra el desespero y el llanto y luego de la tormenta escribes lo que a borbotones te dicta el corazón. Recordarte me alegra, hablar de ti es un
instante de felicidad doloroso. Me pones mal, mujer, al encontrarte
protagonizando estas últimas letras para ti, justo al mes de conocerte un poco más, de leer lo que escribes
y empezar a hablar contigo, revivir
junto a ti tus miedos, tus recuerdos, tus fantasmas, tus idilios, tus amores
difíciles, tus laberintos, los traumas que determinaron tu recia y arrolladora
personalidad fantástica, poder descubrir de ti, el hombre del que realmente estás enamorada, cuando hablas sin las
máscaras que protegen, ocultan tu rostro, y te distancian de los otros ingenuos
a los que quieres evitar, evadir y desvanecer, sin remordimientos, entre el humo de un barco a vapor
que se pierde en el océano entre la bruma y la tormenta. Tus máscaras que
ocultan tu tristeza, tus angustias, tus secretos y el bosque inhóspito de tus
inseguridades, las que sabes hábilmente cuándo y con quién utilizar, tus
máscaras que lo fingen y lo falsean todo. Justo ahí entendí, que como antídoto
vital y como mi única posibilidad real de salvación, a esta progresiva,
agresiva e invasiva enfermedad también llamada Lisure, como tú, era necesaria
la despedida, para empezar a sanar. Es una decisión infantil, lo reconozco.
Decir adiós a lo que más se ama. Y aunque tú también lo has hecho, me
reconvendrías con tus gestos histriónicos, dirías, ante la revelación del
abandono inminente, que es una huida rauda en patines, muy injusta y absurda
por demás. Evadirte, evitarte, escaparse y alejarse para siempre de ti, pero
para muchos hombres como para mí, es apenas un recurso humano de supervivencia, un instinto de preservación natural, porque nadie podrá conocerte sin
enamorarse, nadie podrá amarte sin sufrir, nadie y ningún mortal podrá ser tu
amigo sin ilusionarse hasta el límite de la idiotez, la locura y la obsesión más crónica que conlleva soñar contigo
a diario. Ningún hombre podrá ser feliz a tu lado, porque nadie quiere salir
con el corazón lastimado, nadie más podrá besarte como el hombre que más amas,
pero que ya no te ama, porque fuiste tú quien lo dejaste ir con el corazón roto,
cuando creíste que para vivir a tu ritmo, te estorbaba, a pesar de sus súplicas, sus lágrimas
y de humillarse ante ti, sin ninguna canción por escuchar de consolación,
aunque para ser sinceros, él fue quien primero te falló, te hirió varias veces
cuando más dolía, en la época y en el estado en que toda mujer y futura madre, desea
sentirse amada, acompañada, consentida, comprendida y protegida. Lisure, a tu
ejército de ilusos nos lo enseñaste: a las mujeres como tú, no se les entiende,
simplemente, se les debe amar. Pero también aprendimos que juegas con algunos
corazones ilusionados, porque aún tienes en lo que te quedó de corazón,
vestigios de la niña mala, cruel, y en tu alma, todavía hay suficiente hiel y
sed de venganza. Tal vez este sea sólo un relato que sirva como catarsis para
exorcizar, menguar y desintoxicarme del efecto poderoso del veneno del amor del
que Lisure nada quiere escuchar. El amor, del que nada quiere saber, el amor
letal que todo lo jode, que todo lo daña y que todo lo enreda y complica. El amor que
todo lo puede, pero que también todo lo mata. Sí, sólo alcanzará esta vez para
un simple relato que sirva para rememorar la alegría y el dolor que me ocasionó
conocerte, la razón del por qué suelo ser tan serio y tan triste cuando te
acercas, cuando te marchas para estar presente siempre en todas mis cosas y por
ti, en todas mis palabras, en las mentiras que se multiplicaron en cautiverio
cuando aseguré mirándote a los ojos que no te amaba, mientras algo dolía,
agonizaba, sangraba y moría adentro. Lisure a menos de la mitad de su ejército
de ilusos, a manera de una diplomática respuesta, para disuadir la multitud
ansiosa e idiotizada por su encanto, sólo ofrecía una sonrisa comercial de
azafata tierna, y una linda y sincera amistad.
A los ingenuos e ilusos restantes, les ofrecía su número telefónico dictado con
algunos dígitos erróneos, para así evitar una horda de infelices, al unísono, colapsando la telefonía celular, pretendiendo ser felices con la
mujer que sólo era feliz abrazando a su hija, leyendo algunos clásicos de la
literatura universal, bailando entre luces y ritmos la salsa que era su
bienestar y el mundo en el que se sentía más feliz, plena y cómoda a pesar de
las heridas, las llagas, las tristezas
de su corazón, porque también la escuché una vez llorar arrepentida, hablando
de cada una de sus historias dolorosas a las que sólo le faltaba la música para
contar y cantar también su vida. Lisure, también tú hiciste historia en
nosotros. Aquella mujer, fue un veneno cruel, que aprendí a querer, como ciego
la amé... Era entendible, Lisure, no podías aceptarlos a todos. Ni todos
podríamos tenerte a la misma vez, ni
porque los carnetizaras y agremiaras en tu creciente exponencial Club de
Fans, El ejército de ilusos, como te
lo propuso el iluso número 999 en tu lista, el ingenuo que te obsequió en tu
cumpleaños 30, un poemario insípido y una caja de chocolates sin magia, que
terminó estorbando y haciendo más basura en la casa, porque sólo querías dormir, recuperarte de tu
dolor provocado en tu pie esguinzado, soñar que eras feliz con tu hermosa hija, mientras caminabas por una
playa solitaria que ya en promesas ridículas te habían regalado antes, porque
las palabras y el papel pueden con todo. A algunos les tocó bailar contigo, a
otros les tocó contemplarte, verte pasar. A otros incautos como a mí, les correspondió conocer
varias facetas de la bella y perturbadora Lisure, conformarse con escribir
para ti y recordarte en estas líneas, como una mujer que estaba en el
pensamiento y en el corazón de muchos hombres, pero en el tuyo, no había ninguno
de tu estúpido ejército de incautos. Sí, era imposible amar a tantos tontos a
la vez. Lisure
se cansó tanto de que le dedicaran canciones y poemas de diversos autores, paisajes,
ritmos, rimas, voces y colores, que terminó por aborrecer la poesía. La dama
decimonónica, recitada o escrita, compilada en poemarios trasnochados y cursis, escritos en servilletas, en paredes o en las
palmas de las manos por pretendientes incautos de todos los estratos, edades,
lugares, oficios y etnias, se convirtió para ella de un momento a otro en una
fogosa meretriz de puerto, entre música de guitarras, acordeones y violines
tristes, entre faroles apagados debajo de una luna llena, que sólo servía para
dirigir el aullido de los lobos al cielo e iluminar el camino a los perros
callejeros. Se cansó tanto de que su ejército de ingenuos y hombres
hipnotizados le prometieran obsequiarle montañas, océanos, acantilados, noches,
mares, lagos, playas, frutas, flores y bajarle lunas, soles, estrellas,
luceros, arcoíris, pajarracos y
murciélagos, que más que ridículo y cursi, le parecía un acto de estupidez innecesaria, cuando
lo que más le gustaba y anhelaba con toda el alma, era comerse una porción de pizza caliente hawaiana,
ir a su Salsa Bar preferida por lo menos una vez por semana, avanzar en la
lectura de otro capítulo de su novela que comenzada a obsesionarle y que una
mano caritativa cambiara el bombillo quemado de la nevera, la nueva habitación
de su soledad, que dormía desde hace siete meses en la casa.
Verla
llegar a su Salsa Bar preferido, único lugar en el que se podía expresar con libertad,
y en el que se sentía linda, sensual y joven, en compañía de su mejor amiga,
implicaba tiempo. Lisure y Naty, su bella amiga de infancia, que de tanto compartir
sus aventuras rumberas, tantos secretos y anécdotas de amor, desamor y vida,
más que amigas, confidentes y cómplices, se volvieron hermanas no de sangre,
sino de salsa. Desde niñas aprendieron a bailar en sus instantes de ocio, cuando
la vida no era tan seria ni dolía tanto, cuando el amor más que un noble ideal
era un espejismo, un dulce imaginario con ajuar de novia, boda, un brindis con
los brazos entrelazados y vestido blanco. Desde entonces prometieron cuidarse
la una a la otra, bajo los principios solemnes de una amistad y lealtad que no
conocía límites y que les duraría mucho tiempo. Además de ser su confidente,
sabían que irremediablemente en el Salsa Bar, debían cuidarse de los bríos
impetuosos de los lobos cachorros, los viejos zorros verdes y los siempre
acechantes tiburones sigilosos que las merodeaban saboreándose en sus fauces, y
se las disputaban para bailar con ellas por lo menos una vez, mientras Lisure y Naty, bailaban con fans de
otros países con sus sexys cuerpos y giraban armónicamente en la pista, navegando
entre sus pasos de artistas consagradas, en el mar de las luces cálidas,
mientras ellas se curaban con rumba cada una de sus heridas que de a poco iban
sanando en su corazón, estrechando cada vez más, los códigos fraternales de su amistad limpia,
desinteresada y verdadera. Ver llegar a Lisure requería tiempo para contemplar
y observar cada uno de los centímetros de su cuerpo y entender qué era. Más que
bella, más que hermosa, más que bonita o linda, eran insuficientes los epítetos y los solidarios superlativos carecían de sentido al intentar expresar, definir, dimensionar y
nombrar en una palabra precisa, una idea que lograra aproximar o siquiera
representar a quien hizo sentir celos, en su poema Playa Lisure, a la misma
Venus. Era simplemente una mujer de
insinuantes labios carmesí, que al verla te hacía olvidar quién eras, cómo te
llamabas, cuál número eras en su ejército, dónde estabas y preguntarte en
serio, qué estabas leyendo, qué carajo era lo que estaba escribiendo, cuál de
todas estas es mi casa. Para Lisure la
salsa era un estilo de vida, el ideal de cómo debía vivirse la vida, siempre
alegre, mira que se va y no vuelve. Y así, el Salsa Bar estuviera lleno, no
importaba la hora en que llegaran, así lloviera o tronara, siempre aparecía de
la nada, una mesa disponible para Lisure y Naty. Todo es cuestión de tener actitud ganadora, amiga. Instruía,
Lisure, sonriendo, luciendo un estratégico lunar cerca a la boca, mientras
acariciaba y se acomodaba el cabello, para empezar a lidiar con los nuevos
pretendientes, los imberbes reclutas aspirantes de su ejército, con los patos y
los búhos ocasionales que desfilaban por la noche joven, haciendo sus poses de
ocasión, con la intención de abordarla, conocerla, olerla, besarla, acercarse,
tocar su vestido de lino rojo ceñido al cuerpo y bailar con ella. La música detonaba su momento íntimo de
liberación plena y la evidencia palpable de su verdadera alegría. Contemplarla
bailar salsa en la pista, era un testimonio de armonía, talento, embrujo, felicidad
y belleza. No sé cuántas mujeres como Amparo Arrebato tuvo o tendrá Cali, pero
Lisure está en el podio salsero de las legendarias y flamantes bailarinas que encarnaron
la salsa y la convirtieron en un deleite de ciudad, una fascinación cultural de
un pueblo que fingía ser alegre cada diciembre en su Feria a pesar de sus
tragedias. Lisure mostraba a su ritmo y con su estilo explosivo, toda la
pirotecnia musical que había en ella, mientras sonaban trompetas, timbales,
piano, congas, la campana, las maracas y el bongó que hacían erupción y metástasis en
Lisure, bailara lo que bailara, charanga, pachanga, guateque, lo más selecto de
la salsa brava, sólo para melómanos, conocedores y bailadores expertos del
ritmo Son montuno, el golpe antillano de una
salsa que estaba en su punto, la verdadera salsa exclusiva, seleccionada por años con un
vasto conocimiento y criterio musical, sólo para Lisure. Si
no tuviera ese amor, aunque me cause dolor, si no pudiera llorar, si no pudiera
sufrir. Vale más con todo y acabar. Pocos
quizás entendieron el lenguaje musical de su cuerpo y lo confundieron
equivocadamente con una manera casquivana de seducir, coquetear, enloquecer o
llamar la atención de hombres y mujeres que no soportaron la tentación de
mirarla y sucumbieron ante la magia de su presencia, su convicción e
imponencia, cuando en verdad, Lisure, yo
amé, amé de más, lo que sufrí por aquel amor nadie sufrió, nadie sufrió... Y
lloré, perdí la paz, pero yo sé que nadie en la vida tuvo más, igual que
yo. Lisure vivía la salsa como si
fuera su elixir de la eterna juventud y un
arte que solo dominaba ella, en la que cada
una de las notas o los fabulosos arreglos musicales que volaban en espirales
por el aire, se atomizaban en vibraciones de colores que ingresaban por todos
los poros de aquella mujer fatal, hasta llegar a los tuétanos y al cerebro, aunque
muchas líricas y letras contenían una alta dosis de desamor, tristeza, y drama, Lisure vivía su propia fiesta
imaginada, cuando al bailar, muchos de sus parejas, se persignaban justo después
de hacerle la triple vuelta en la pista abarrotada de parejas absortas que
querían grabarlos para practicar y aprender, aunque a las pocas horas al
descansar, cuando se acababa el hechizo, Lisure despertara al nuevo día, de nuevo sola
en su cama matrimonial, con un libro abierto a la mitad sobre la segunda almohada cabecera, y se sintiera derrumbada con el sabor
amargo, la persistente sensación de vacío que dolía como nunca en alguna parte del cuerpo,
entre una resaca de melancolía de domingo, desolación y nostalgia, a pesar de contar
cuando quisiese, con su paciente y siempre disponible ejército de ilusos
capaces de satisfacerle cualquier deseo, antojo o capricho a cualquier hora del día. Era
simplemente una mujer capaz de hacerte olvidar el miedo a los ladrones en la
noche, en esta ciudad ruidosa siempre en feria y violenta, capaz de hacerte olvidar el
miedo a la muerte, el temor a la vejez, al dolor o a la enfermedad. Una mujer
capaz de hacerte mentir a ti mismo, quitarte el apetito, trastornarte y ausentarte el sueño, hacerte escribir para ella todo el tiempo, provocarte
pesadillas al mediodía los domingos, cuando creías que no la volverías a ver
jamás y hacerte equivocar sin darte cuenta, como reventarte el dedo pequeño con
el uñero enconado del pie contra la pata de tu cama, y seguir pensando en ella
al instante justo del madrazo brutal y puro que escuchan aterrorizados hasta
tus ancianos vecinos sordos. Para Lisure
bailar era una terapia de vida. Su mejor estado de ánimo, la oportunidad para
lucir su belleza atrevida, desafiante, genuina y fatal. Alguna vez le escuché
decir que su Salsa Bar, era el lugar en el que mejor se sentía y en el que
siempre debería estar. La música y la atmósfera
de su Salsa Bar la transformaban. Como si entrara en un trance esotérico, alcanzando siempre el clímax, en
una especie de posesión musical, la salsa la excitaba más que un beso húmedo del padre
de su linda hija, sin duda, su fan número 1, el hombre que ella más había amado y al que siempre
esperó. Porque para Lisure, los demás
hombres, eran simplemente parejas de baile, útiles maniquíes entrenados, escoltas y conductores ocasionales, mensajeros y aduladores genuinos, juguetes chinos desechables del amor en el que ella ya no creía. Porque Lisure
estaba vacunada contra el amor, al punto de declarar objetivo militar al inquieto cupido, que andaba sobrevolándola con sus venenosas flechas y su carcaj repleto de su arsenal enamoradizo, por eso su sistema inmunológico se había vuelto resistente,
al en apariencia, inofensivo virus, por eso es que se alejaba de gérmenes o
bacterias románticas: No, no. ¡Ahora no! Dejame, por favor, escuchar esta
canción que me gusta. ¡Dejame que quiero bailarla!, mientras sonaba y
envolvía el recinto las notas espléndidas y los acordes musicales del guaguancó
Averigua de Tony Pabón, y el ingenuo
e imprudente pretendiente 375 seguía con su carita de chikungunya su
declaración sin ritmo y mal oída. De verdad, quiero bailarla, ¡Déjame
bailarla, por favor!, No, 375, esta no es hora de: “Eres una mujer muy bella, Lisure. ¿Te habían dicho alguna vez que tus
ojos fascinan y embelesan? Eres como el canto mitológico de una sirena... Contigo y por
ti, me quisiera ahogar en los mares de la pasión...Tus labios delicados y sensuales, tu bello lunar
cerca a la boca, tienen un imán que llama a los míos. Ese color rojo lujuria de
tu boca, seduce, Lisure, tu hermoso cabello suelto, toda tú llamas, seduces e invitas a
amar, enamoras con tu escarcha dorada en tu espalda. Enciendes mi cuerpo,
tienes una piel muy suave. Sin tu número de celular, mi Smartphone y mi vida
está incompleta”. ¡No!, jamás le prestaría atención a un tipo que me
piropee o se me declare hablando tantas pendejadas, en plena pista de baile,
cuando yo quiera bailar. ¡Cómo se te ocurre aquí! Estás profanando mi oficina, mi paraíso y mi templo. ¡Entendelo
de una vez! Aquí no vengo a perder el tiempo con tonterías, estupideces e
idioteces como el amor. Porque para mí bailar es más importante que
mentir. Por eso, No llores más mi amigo
que me da pena, no te pongas a hacerle caso ni a Lisure, ni a la humanidad.
Acuérdate que la vida es pasajera, todo se acabará, nada se quedará...Echa pa´
lante muchacho, mira, no seas bobo... Que
en esta vida uno se apura total pa´ naa. No eres ni serás el único herido en combate,
375. Escucha con atención las letras de las canciones que le gustan a madame
Lisure y entenderás. Alguna vez la bella Naty, al sentir lástima y compasión ajena le preguntó a Lisure ¿No te da pesar de él? Pobrecito, todas las noches que te encuentra se queda mirándote por horas. No, amiga -respondió Lisure retocándose el maquillaje- quién lo manda a fijarse en mí. Y además, Bailar es mi
alegría, la salsa es mi mayor orgasmo y mi éxtasis total, porque no necesito de
un hombre, ni una gota de alcohol, ni un gramo de droga para ser feliz aquí,
además las palabras de los hombres engañan. Porque el mismo amor como ellos,
está lleno de traición, mentiras e hipocresía. Tan lleno como el basurero del amor, donde se sepultan e incineran las promesas
incumplidas y las palabras que nunca se dijeron a tiempo y los sueños de
juventud, mientras en silencio un viejo amor, moría. No, no era miedo a ella. Era temor a
enamorarse de ella, horror a perder el control, la paz, el sueño, la calma, la
tranquilidad y la vida. Lisure, no eres
solamente una mujer. Eres el amor que te habita cada vez que sonríes, cada vez
que respiras, cada vez que hablas y cantas, cuando inventas una razón para mirarme porque mi timidez que a
veces no me deja mirarte a los ojos, que me hace sonrojar, te divierte, saber
que soy el número 999 en tu lista. El que nunca podrá soñar contigo. El que
nunca llegará a tu corazón, porque no sé bailar y además, lo sabes, ya te lo
dije, nunca bailaría contigo. No soportaría tu ritmo de furia, la luz de tu
alegría que proyectas sólo en tu Salsa Bar, tus horas ininterrumpidas de salsa
intensiva, de la salsa como la mejor de las gimnasias, ni la locura de tocar tu piel y tus músculos calientes en la pista. Ni siquiera es la vergüenza de hacer el
ridículo. Es una llovizna que intenta apagar la lava viva y palpitante de un
volcán. Moriré con esa frustración corpórea. Moriré con esa soledad en el alma.
Como un niño huérfano que sueña con el calor de una familia y mira todas las
tardes a través de la misma ventana rota, a la espera de ser adoptado. Mientras tanto, alimentaré un poco más la
ficción de mi vida para darle sentido, algo de aliento y algunos otros detalles
a este relato moribundo que como yo, sabemos tendrá otra vez el mismo desenlace
siniestro y desesperanzador, porque en él está Lisure, como parca inexorable y
sensual que corta los sueños y el hilo de la vida, que siempre amará y esperará paciente el regreso de
su primer hombre, porque pensar en él y en su reencuentro feliz, en una alcoba cuya
cama estrene un tendido rojo, aderezada con rosas amarillas y las filigranas del amor fragante a
sándalo, que en una de sus paredes con globos en forma de corazones rojos diga en papel brillante: Bienvenido a tu hogar, amor. Te motiva, te tranquiliza, te da la sensación
de bienestar porque con él te sientes cómoda, segura, protegida, una mujer amada y sabes que de corazón es lo que más anhelas con toda tu alma, devolverle su padre a tu hija, aunque también a veces,
cuando la soledad empieza a andar descalza por toda la casa, desearás hablar, cuando estés triste o aburrida,
con el fan número dos, porque lo
admiras, lo aprecias, lo respetas y quizás, por su edad paternal y su inteligencia, te interesa. O
con tu iluso e ingenuo fan número tres que tanto te gustó en verano, el que te hizo mover el piso en el que bailabas frenética, aquel que alcanzó a
ablandarte tu corazón blindado como ningún otro y a bailar contigo a la media
noche, cuando duermen las hadas y vuelan las brujas, pero que una noche decepcionado, después de bailar contigo tres canciones, al ritmo y nivel Lisure, al fin, decidió
alejarse como Wilson el de la película Náufrago,
con su cara desinflada, muy lentamente entre las turbulentas olas del mar del olvido, cuando descubrió
de ti misma, que tu ejército de ilusos superaba los cuatro mil seiscientos
hombres, aunque nunca supo que era el 3 en tu lista. Y además, seamos francos, Lisure, mis tontos,
aburridos y etéreos sueños de amor, son un fracaso, nacieron muertos, simplemente,
no te importan y para ti, nunca llegarán a ser canción.
6 de abril
Esperé que
el reloj marcara las 12 de la noche para escribirte el mensaje de cumpleaños a tu celular,
para poder enviártelo y ser el primero, por lo menos esa vez, de los cuatro mil
seiscientos ilusos en saludarte en tu onomástico treinta. Estaba ansioso, había
planeado ese momento una semana antes y ya tenía impreso y anillado tu poemario
Azul Lisure, después de estar
escribiendo para ti por más de un año. Preparé todo en plena semana santa, y hasta le pedí a Dios, con quien
andaba distanciado y al universo, que todo fluyera y conspirara para llevarte
sin contratiempos, mi presente, a tu trabajo en la tarde. Había comprado una caja
de chocolates para ti, aunque ignoraba que detestabas el dulce. Quien te
hubiera conocido en esa edad, pensaría que tendrías menos años. Aparentabas
siempre los mismos 25, Lisure, como si el tiempo en ti se hubiera detenido,
justo en tu mejor época, diría con razón tu fan número 176. Coincido con él, te
veías muy joven, irradiabas lozanía, belleza y debo admitir que a tu ejército
de ilusos y a mí, nos hubiera gustado ver las fotografías de las féminas de tu
familia, para determinar en cuál generación habrá nacido la estirpe Lisure en
tu árbol genealógico plantado por una Eva sin espejo en el pasado,
¿Tatarabuela, bisabuela, abuela, madre? ¿Alguna juguetona Diosa irreverente
incluyó un matiz de deidad en la fecundación en el vientre de tu madre? ¿Cuál
pintor se aventurará a retratarte? ¿Cuál lienzo inmortalizará tu belleza? ¿Cuál escultor sacrificará la piedra o fundirá
en estaño y bronce tu figura magnética? Ya tienes canción de salsa, rock,
balada, poemas, esquelas y cartas. Esta no será tu novela, pero se acercará al
relato más fiel que aproxime un fragmento de tu vida y tu historia que contará
que en la primera hora de tu cumpleaños 30, en una sala de urgencias a la media
noche, recibiste un mensaje de texto de tu fan 999, en el que te deseaba el
mejor de los cumpleaños posibles en compañía de los seres que más amas, tú lo
resumirías diciendo, en compañía sólo de mi hija. Y al escuchar un audio con tu
voz triste, a las doce y dos minutos de la madrugada del lluvioso viernes 6 de
abril, en el que decías que estabas esperando una radiografía y que el médico
sonámbulo te atendiera, porque estabas sola, ya uno de tus fans recién reclutado
a tu ejército, se había desertado, estabas sola otra vez mientras llovía,
pensabas intrigada y extrañada, quién le habrá dado mi número nuevo a un fan
antiguo. Sola estabas abrazada por la noche fría cuando me viste llegar y
alcanzaste a esbozar una sonrisa aclaratoria, disculpa esta facha y esta cara de calambre, pero estabas hermosa,
niña linda, hasta la radiografía quedó bonita con tu tibia y tu peroné
sonrientes, sentada en una silla de
ruedas que no te lucía, porque tú estás enseñada a estar en mitad de la pista
de baile y ser el centro de atención, cada
vez que apareces, desafiando e intimidando a todos, guerrera del ritmo, hada
madrina de la salsa, enseñándole al mundo lo que es bailar salsa al ritmo
Lisure en Cali, con la sensualidad, majestuosidad y la seguridad de las mujeres ganadoras que
saben que algún día serán invencibles, recordadas e infinitas en noches de
insomnio, cuando el amor se haya trasteado a otra parte, cuando los años que no admiten engaños, nos dejen sin piel. Y
aunque eres una mujer maravillosa, inteligente, talentosa, sensible y linda, y
a la vez una mujer malvada, en esencia tierna y una excelente lectora, no me dejaré herir más de ti. Lisure,
mi adorado tormento, no me dejaré lastimar ni torturar más de ti, ni de ninguna
otra mujer como tú. Me niego a jugar, renuncio a tu juego, me desertaré para siempre de tu ejército, te dejo todas las fichas, todas las
cartas, todos los números de tus ilusos de tu ejército y me retiro resignado,
derrotado, con el corazón en cuarentena, en proceso de sanación o en congelación definitiva con nitrógeno líquido. Me voy de este juego porque tú me lo dijiste, ninguna
mujer es tuya y si se cansan, te abandonan, si se trastean de tu casa un viernes de febrero sin
avisarte y sólo te dejan los fantasmas, una habitación como una tumba, la mascota negra desorientada, una cama prestada, un dolor para todos los días y la lavadora para que laves
cada semana tus penas, ninguna mujer merece tus lágrimas y ni siquiera un día de dolor. Búscate a otra que
quizás sí te ame por algún tiempo, porque te volverán a dejar y nunca ruegues
por amor, jamás sufras por amor, aunque termines solo y con esa cara. El poeta amigo Diego Echeverry, diría, porque el amor, el verdadero amor está buscándote. Sí, no vale la pena llorar y
sufrir por alguien que se lleva su corazón intacto. Lo sabes Lisure, nadie nos pertenece, en eso
consiste el juego cíclico del amor en nuestro efímero paso por la tierra,
aunque me contradiga cuando te expreso que te amaré para siempre, pero como lo
canta en Consolación, Piro Mantilla de la orquesta de Roena, no quiero que
goces con mi dolor. Tú que tienes el
poder de ahuyentar la soledad, tú que puedes matar de desamor a cualquier iluso
de tu ejército, tú que podrías hacer desistir a un suicida con sólo mirarlo a
los ojos, debes aceptar que aquellos que
se alejaron, se alejan y se alejarán de ti, como yo, sin ni siquiera besarte, no son cobardes,
pueriles, mitómanos, injustos o malos
soldados. Lisure, simplemente, prefirieron entregar sus armas y evadirte para
no sufrir. Alejarse como los perros viejos, para morir en la sombra de la
soledad y la humedad del árbol centenario. ¿Para qué enamorarse de ti, Lisure,
si otros ya lo han hecho, y has convertido ese amor en cómicas tragedias? ¿Para
qué entregarte el corazón, si lo sabes, nadie será correspondido? ¿Para qué invitar a tu casa al amor si lo
dejarás morir de inanición? Ser tu amigo es el peor de los castigos. Sé que a ti también te despreciaron algún día y
también te dieron por respuesta el poderoso No. Tu historia dirá que lloraste, no tanto por
la cicatriz o la llaga de un amor que ardía, sino por tu orgullo y tu vanidad
femenina lastimada, mi padre diría: No
hay nada más peligroso que una mujer herida. Lisure, saber que tienes el poder
de escoger al pretendiente e iluso que quieras, aunque tu ejército de ingenuos
y yo, sabemos que no escogerás a ninguno, al mismo tiempo que tu soledad se
alegra porque sabe que vivirá en tu casa y dormirá por mucho tiempo en el
congelador de tu nevera. Por eso a veces
sos tan fría, Lisure, antes de sonreír, idiotizar, enamorar, ilusionar, desahuciar,
aniquilar y pulverizar a tus víctimas. Conservaré para mí el tierno recuerdo de
haberte podido acompañar esa madrugada fría, no en una pista de baile, como tal
vez hubieses querido, sino en una clínica fantasmagórica de la ciudad, en la que te inmovilizaron por una semana tu
pie salsero, que por casi tres días tuve el privilegio de acariciar con el pretexto de ayudarte
a sanar, a desinflamar tus ligamentos recogidos y tu tobillo. Por lo menos tenerte cerca cuatro veces en
tu casa y luego, revivir la imagen que
más durará en mi mente y en mi corazón, hasta cuando sea viejo, llevarte a tu casa y cargarte Lisure, bajo
una lluvia necia que te hizo por un momento eterno guarecerte en mis brazos. Hoy
lo admito y te lo confieso: en ese instante fui feliz. Mujer de mi desastre, que no estabas escrita en la palma de mi mano, ni
en el asiento de mi café, mujer que te maquillas a diario con los colores de
tus emociones, no te gastes mi aire de respirar, mi sueño de dormir, alacrán de
mis noches. Gabo tampoco te miraría a los ojos, lo enloquecerías. Lisure,
no te peines en la noche que se retrasan los navegantes. Ver como el recuerdo cicatriza, pero no la herida que es usted. ¡Ay,
Borges, te entiendo! A mí también me duele una mujer en todo el cuerpo. A José
Feliciano, a García Márquez, a Tony Pabón, a Bobby Valentín, a Roberto Roena, a
Raphy Leavitt, a Jairo Varela, a Alex de Castro, al maestro Rubén Blades, a
todos aquellos compositores, poetas y músicos que te cantaron sin conocerte y
sin saber que existirías y bailarías sus letras. A todos ellos infinitas gracias,
por dejar sus versos, sus voces, sus notas, sus melodías, sus acordes, sus himnos, sus ritmos y todo aquel maravilloso
legado musical para ti y para las próximas Lisures que habiten la tierra, que servirán
también como una manera eficaz de controlar el crecimiento de la población
masculina, que de hecho ya está menguada por el fútbol, las motocicletas, la
violencia y la guerra. Algún día se extinguirá tu ejército y de los pocos
hombres que queden en pie y que hayan sobrevivido al devastador huracán de tu
amor y a ti, habrá uno capaz de terminar tu historia para que las generaciones
venideras te conozcan cuando tu belleza salvaje y atroz, se haya marchitado. Lisure,
Lisure, no importa que nunca jamás te pueda ver. Siempre te amaré, aunque mi
amor te estorbe, para mí siempre serás un
poco más, un ideal, mi niña linda, un sueño azul y triste que se escapa en
el horizonte, te amaré por siempre con todo el corazón, en silencio sabio,
distante, aunque no creas, aunque no te importe y aunque no quieras.
Cali, mayo de 2018.
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