“La mujer que amé se ha convertido en
fantasma.
Yo soy el lugar de sus apariciones”.
Juan José Arreola
¿MORIRÁS?
-Papá,
¿Mi mamá?
-Murió.
-¿Volverá,
papá?
-¡Murió!
-¿Está
lejos, papá?
-Murió.
-
Y tú papá, ¿Morirás?...
¡Papá!...
Marzo
de 1994
EN
MI LECHO
Está
vacía la playa.
Sus
huellas en la arena las deshizo el tiempo.
Las
hojas de los almendros aún guardan trozos de su piel. Cada rama huele a ella.
Siguen
erguidas aunque cansadas las palmeras. Siguen ahí, viendo sobre la arena a las
gaviotas muertas.
Temo
acercarme al mar. En él, los despojos de su traje se confunden a cada instante
entre la infinidad de espuma y el violento oleaje.
Su
vestido plateado poseedor de un fragmento inmaculado de la luna llena, junto
aquellas rocas puntiagudas, tan agudas y mortalmente peligrosas.
Ya
mi recuerdo es sufrimiento. Sueño ennegrecido por el miedo. Tormentosa
pesadilla.
Su
cuerpo desnudo tendido sobre las rocas.
Ensangrentada
y muerta, con una herida abierta en el pecho cerca del seno izquierdo.
Recuerdo
bien con terror claustrofóbico, cuando desperté de mi sueño y su corazón inerte
yacía en mi lecho.
Junio
de 1994.
VIENDO
UN O.V.N.I
Sentados
en la misma banca vimos la noticia.
Se
alteró hasta ruborizarse.
-“¡Insensatos!”
–gritó-
“No
debíamos dejarnos ver de los humanos”.
Abril
de 1998.
SU
NIETA
Volvió
por octava vez en el día frente al espejo ella.
-¡Espejito,
espejito! Dime, ¿Quién es la más bella?
-¿Otra
vez usted? ¡Eh! Laura Andrea, su nieta.
Abril
de 1998.
FAVOR
QUE ME HACE
“Mujer
de mi desastre,
que
no estabas escrita en la palma de mi mano
ni
en el asiento de mi café; ni siquiera en las aguas de mi muerte…
No
te gastes mi aire de respirar, mi sueño de dormir…
¡Alacrán
de mis noches!”
Fragmento
De: “El Otoño del Patriarca”
I
Ni yo me salvé. Ahora sí y sin remedio tendrán que llevarme al cementerio.
¡Qué
pereza! Dormir en un velorio rodeado de cuatro velas toda una noche y una fría
madrugada sin probar el café.
¡Qué
tristeza! ¡Ya no amo la belleza! ¡Qué vergüenza! Pasar por todo esto. Soportar
inmóvil el intenso rumoreo y las desentonadas oraciones de toda esta gente.
¡Cuánta
gente, caramba! Y ni dos lágrimas.
De
la más reciente muerte me enteré un domingo.
Varios
carteles fúnebres puestos en todos los postes y en las paredes mal pintadas
cada tres casas, daban fe e invitaban al entierro con avisos festivos a las
once de la mañana.
También
rumores y demás inescrupulosos dimes y diretes llegaron desde la calle a la
puerta de mi casa.
Versiones
tan irónicas e inverosímiles me sacaron por un momento del taller para ver
aunque fuera por la ventana, dizque el verde y amarillo con círculos negros
féretro de Germán Testarudez con todas sus flores blancas.
-¿Qué
es esta vaina? -Persignándome dije- ¡Un muerto que va para una fiesta! Mientras
tras la ventana siete buses adornados con guirnaldas y cintas violetas se iban
colmando de aquella multitud ennegrecida con maletines y canastos con ollas y
comida tan luctuosamente rumbo al cementerio de las Rosas.
Idiotizado
frente a la ventana no lo podía creer, ¡Germán Testarudez, muerto! Y no sólo
eso, en medio de una veneración festiva con un luto sinigual de joviales
colores funestos. Porque o sientes vergüenza y compasión ajena o
apasionadamente como doña Gloria, te estremeces de risa.
-¡Doña
Gloria, buenos días!
-¡Buenos
días, mijo! ¿Cómo me le va?
-Bien,
gracias. Aquí viendo pasar el ataúd.
-Sí,
mijo. ¿Cómo le parece, ah? ¡Qué pecado! ¡Pobrecito! Germancito tocó al revés y mire usted,
directico al cementerio. ¿Va ir con nosotros, mijo?
-No
señora. A mí no me gustan esas cosas.
-¡Vamos,
mijo! Acompañemos al pobre Germancito a su última morada.
-Doña
Gloria, de verdad no puedo. Tengo que entregar un carro hoy. A propósito, apenas
me paguen le cancelo lo de este mes.
-¡Vecino,
yo no vine a cobrarle! Ni más faltaba. Sólo venía a invitarlo al sepelio de
Germancito.
-
Le agradezco doña Gloria, pero de verdad, estoy muy ocupado.
Sonrió
y se fue.
Ese
mismo domingo a las seis de la tarde, entre pitos y cornetas, regresaron los
seis buses. Entonces sí era cierto. Al cementerio entran siete y salen seis.
¿Y
esto qué es? ¡Qué extraña es esta gente! Vienen de un sepelio y escuchen que
fanfarria. Toda aquella multitud bajó de los buses en algo menos que ropa de
domingo: pantalonetas, trusas y vestidos de baño.
Salí
sólo hasta la puerta y en la esquina, dispersos, algunos vecinos entraban a sus
casas. Ahí viene doña Irene, don Pablo y Vicentico. ¡Siempre recordaré lo que
don Pablo me dijo! ¿Será que ahora mientras estoy aquí, están allá mismo
legalizando este domingo?
Después
de sepultar a Germán y dizque para animar un poco a la familia Testarudez, don
Pablo sugirió aprovechar los buses para ir a un paseíto al río Palmo. Que
dizque con la naturaleza se remediaban las penas. Según don Pablo una
fantástica legalización del domingo.
Me
ofreció de su equipaje la última cerveza.
-Gracias,
don Pablo. Pero no bebo.
-Sí
ya sé. Y tampoco fuma, rumbea ni mujerea. ¡Recíbala, vecino! Mire que no tengo
avena.
La
recibí porque en ese momento venía Vicentico con un recado de doña Irene.
-¡Papá,
que me des mi tetero de avena que está en el maletín!
¿Qué
es más verosímil? ¿Qué un mecánico de veintidós años tome cerveza o avena?
Hablamos
de Germán y concluyó el motivo de su muerte con cuatro palabras. – Murió por
una mujer. Se fijó en quien no debía y ya vio usted, tuvimos que enterrarlo.
El
tufo de don Pablo no fue impedimento para mi naciente curiosidad.
-¿Por
una mujer?
Sólo
me advirtió entre eructo y eructo muy afanado, conteniendo unas ganas de orinar
que no preguntara más y que ni por el carajo mirara a la muchacha de los
Guerrero.
II
A
Germán Testarudez lo mataron por una mujer.
¡Qué
tonto! Perder la vida por una vieja ¡Bah! Una mujer no me va a idiotizar.
Germán
tocó al revés como dijo doña Gloria. Se propasó, se dejó llevar. ¡Pendejo!
Morboso y atrevido. Tocarle los senos a la hija del escolta del ministro.
¡Suicida! ¡Ay, Germancito! Moriste debiéndome mil pesos.
El
martes la vi.
El
martes conocí a la secretaria del ministerio de Defensa y por ella ¡Me vuelvo
Guerrero!
Piedad:
una princesa. Alta, esbelta, de ojos grandes y verdes. ¡Ay, niña linda! Rubia, de cabellos largos, dorados y
deliciosos… ¡Maldita sea no soy poeta! Sólo soy un mecánico entre aceite,
bujías y gasolina… En cambio ella, ¡Tan bella, pecosa y tan linda!
Estaba
en la esquina comprando lejía y de la casa-templo de los Guerrero, salió
Piedad.
Un
paso, dos pasos: sus piernitas lindas.
Cinco
pasos, seis pasos: su carita hermosa.
¡Ay,
carajo! Piedad está a mi lado y yo con el overol aceitado.
Nunca
imaginé esto. Jamás pensé que esto existiera. ¡Dios, mío! Que fuera posible que
después de idiota uno pudiera idiotizarse más.
Don
Pablo dice que es amor y que mucho cuidado que él me advirtió.
-Don
Pablo, disculpe, yo no sé entender. Vecino, ¡Qué pena! ¿Cómo iba yo a saber?
Todos
los días con mi mejor overol color azul turquí estoy en la tienda de la esquina
esperándola y compro lejía y más lejía para mis emociones y sentimientos lavar.
Para intentar verme tan pulcro y tan limpio como ella.
Hoy
es miércoles. Son casi las siete y media. Pronto va a salir con su vestidito
color azul rey con el que adornará su oficina.
¡Allá
viene!
De
lejos: una silueta azul con una lucecita blanca.
A
mitad de camino: una palmera que viene y va, que con el aire baila y con el
viento danza.
A
un metro: ¡Dios mío! ¡Una mujer! Linda, divina y alta. ¡Qué piernas! ¡Qué
cadera! ¿Qué senos! ¡Qué cara! Una mujer hermosa: ¡Qué cabello! ¡Por Dios, qué
fragancia! ¡Qué cuerpo, vecinos! ¿Si
vieron qué ojos tan lindos? ¡Don Pablo, mire usted! ¡Qué hermosa es Piedad
Guerrero!
III
“Por
ti me vuelvo un velero. Una nave en el
pavimento.
Para
a tu oficina linda, poderte siempre llevar.
Impulsándote
con tu oleaje, guiándote con mi viento.
Conmigo
Piedad Guerrero, nunca tarde vas a llegar”.
Aquí
adentro hay mucho tiempo para pensar. Aún no sé que fue sueño, tampoco qué fue
realidad. Sólo sé, que aun en compañía de la muerte me siento solo y que todas
las barreras la conciencia supo superar.
No
sé por qué a Germán como a todos los muertos les escriben: “Descansó en paz”.
La muerte no mitiga la soledad, ¡Vecinos! La muerte no es un descanso. ¿Será
que me enterraron vivo? ¿Será que no aprendí a callar? No me gustó el color del
ataúd que me escogieron. No me gustó que escribieran “Descansó en paz”.
IV
Un
sábado mezquino tuve los pies sobre la tierra.
Don
Pablo al ver que ya no levitaba me envió un mensaje:
“Vecino.
Aún tiene tiempo. Calme sus ímpetus y sus dicientes miradas.
Piedad
Guerrero es la mujer de la muerte y con todos los muertos está casada.
Si
lo saluda no le conteste. De noche se viste con su túnica negra y saca a pasear
su inexorable guadaña”.
Don
Pablo, tranquilo, sólo soy un mecánico, ¿No me ve la cara?
Y
sí, tenía razón. Ni fumo, ni bebo y -aunque no lo crea- poco mujereo, porque lo
de Piedad no es amor. Eso es como un extraño karma o como don Gabriel escribió
célebremente una vez, como una crónica de una muerte anunciada.
Piedad
me ignora. Cuando camina va entretenida mirando el aire. Va indiferente y no me
mira. Ella no sabe de amor, ella no es el amor, ella no sabe de lágrimas.
En
la noche salí de casa. Piedad Guerrero estaba en la tienda de mi lejía
comprando una cajita de pañuelos y una bolsa con agua. Cuando entré, su
indiferencia de otros días se escondió en un caja. Sonrió, me saludo con
amabilidad y casi de inmediato salí con el mundo al revés después de mirarla y
despedirme de mano de la mujer de mi timidez y de la mujer de mis ansias.
Sobre
la acera trece pasos… ¡Un disparo! Me dio en la espalda. ¡Ay, dolor tenaz!
Sangro, me doblo y miro al suelo mojado.
¡Arde,
Dios mío, arde! Tumbo y tumbo…
Dos
pasos, otro disparo certero, otra vez en la espalda. Trastabilló, resbalo y
caigo. ¡Caramba, está lloviendo! Miro el cielo, la lluvia complaciente me
permite abrir los ojos en esta lenta agonía.
¿Dónde
está la luna de mis noches? ¿Dónde está la estrellita de mi vida?
Tiemblo.
Frío o miedo. Muerte. Sueño y calma.
Varios
pasos tras el reguero de sangre. ¡Carajo, se me desamarró un zapato! ¡Qué pena
morir en un andén! ¡Qué vergüenza morir frente a mi casa!
Con
la cadencia de la lluvia oigo unos pasos. El taconeo delicado y sensual de una
mujer.
Ahí
se acerca con una túnica oscura, una mujer con una guadaña.
¡Es
Piedad y yo en esta facha!
¿Es
Piedad, qué le voy a hacer!
Muero
empapado y tengo sed. Antes de morir me brinda su agua. La miro con sueño y
sonríe diciendo:
-¡Hola,
vecinito! ¿Juega con su fuego?
-Señorita
Piedad, por favor, ahora que muera no me deje mojar que sufro de asma. ¡Ay!
¡Ah! ¡Arde! ¡Dios mío, arde!
-¡Qué
tipo tan flaco y tan feo!
Después
de un gran esfuerzo, con un pañuelo cerró mi boca y me amarró el cordón del
zapato.
-¡Muchas
gracias, Piedad. ¡Favor que me hace!
Abril
de 1998.
DRAMA
DE DANTE
Morir,
ser insepulto.
Descender
al infierno de su obra.
¡Comedia
sacrílega!
Vuelan
aves de rapiña en Florencia. Devoran en ella a aquel nido de maricas.
En
un pico, un último laurel para adornar el único despojo eréctil de cuerpo de
Alighieri.
Velorio
sin flores, noche sin cruz.
¡Ay,
toscanos daltónicos!
¿Rojo
o verde?
Papas
con tilde: ¡Papás! Media Italia son sus
hijos.
Beatriz
se aburrió del cielo. Sin vino y acción no hay paraíso.
Nueva
vida llegó a Virgilio. Vita nova llegó a Beatriz.
Princesita
gris y excomulgada.
-Betty,
¿Acepta por esposo a este tipo?
-¡Sí,
acepto!
-Virgilio,
¿Acepta por esposa a Beatriz?
-…
Pues sí…
Con
agua del Aqueronte yo mismo los bendije. Luna de miel en el purgatorio. Su
equipaje ¡Setenta bacinillas!
Que
las lave Dante después que lo condecoren las aves de rapiña.
Por
acá abajo, cordialmente Caronte. ¡Tranquilos! Carón por antonomasia, Carón para
mis amigos.
Mayo
de 1998
PRUEBA
DE AMOR
Bautizándome
me ahogó.
Que
las pilas debían ser suficientemente grandes y profundas. Que debía rebosar el
agua. Sin sed en su fiesta, lo logró.
Inmerso
seis minutos. Saliva y agua, desespero y listo.
Aprieta
con sus manos –traquea la tráquea-
Uñas
rojas destrozan el cuello.
Últimas
burbujas crean en frío hervidero.
¡Adiós!
Eso
me pasa por ignorar pasiones, ritos eróticos ¡Mortal ardor! Por creer en
pecados, liberaciones, mi linda devota y su prueba de amor.
Mayo
de 1998.
GRAVEDAD
“Jamás
te olvidaré mujer.
Porque
cuando estuve en la orilla del abismo del suicidio,
Besaste
mi espalda empujándome”
FRAGMENTO
RESCATADO
DE
LOS CUADERNOS DE MACABRIO
¡Maldita
gravedad! ¡Todo se me cae!
El
bolígrafo azul, la vela encendida sobre las hojas blancas. Se queman estas
páginas.
Me
pongo de pie. Un paso y contra una silla caída, un traspiés. Al suelo, un
brutal golpe. Newton ocioso, manzanitas frágiles -hasta estrellas veo-.
Dios
y su imperfección, la física y su peso. La cabeza y los chichones.
Tomo
un vaso, lo lleno con agua y nervioso lo bebo. Lo dejo caer, se rompe en mil
pedazos. Tengo zapatos, que se corte otro.
En
la habitación, sobre la cama está la carta.
Letras
hirientes, palabras en negro, frases que matan.
Se
fue y no volverá.
A
lo lejos va riendo…
Me
desvisto. A dormir, ¡Qué cuento de pijama! Entredormido a medianoche vuela en
el aire la carta. Necias palabras, adioses que inquietan, versos de olvido,
almohada Vs lágrimas.
¡De
pie! Última parada: cuchillos, sogas, pócimas, fuego. En la cocina hasta vasos
con agua.
¡Decidido!
No por amor, no por ella sino por rabia.
¡Cartita,
ven conmigo! ¡Mánchate de rojo que hoy tú me acompañas!
En
la cocina está muerta la luz. El silencio se derrama. Rumbo al abismo… ¡Ay,
carajo! ¿Quién fue el imbécil que quebró ese vaso?
Cayó
la carta y se ensució de sangre. Pies chapoteantes y tibios…
La
inoportuna silla otra vez. ¡Maldita gravedad! Y al suelo caigo.
Me
lacero con los vidrios, me acarician los cristales y a lo lejos ella va riendo.
Mayo
de 1998
CONCIERTO
Ahí
frente todos. Mirando y sólo estando.
Haciendo
lo de siempre frente a la mancomunada
multitud.
Rutina
que compensa, que casi siempre deja algo.
Algo
más que el descontado dinero.
En
medio de todos, contemplo todas las caras de los mismos idiotas de la otra vez,
en esta ciudad que no te importa.
No
obstante, aquí mismo, porque aquí vivo, me siento orgulloso y humildemente el
único quien sabe la enorme coincidencia de tu promocionadísimo concierto con tu
tercer día de menstruación.
Julio
de 1998
NO
VUELVO
“Mi
niña,
No
aprietes el gatillo que puede maullar.
Ni
me mires a los ojos, porque el león
De
tus ojos me puede devorar”.
FRAGMENTO
RESCATADO
DE
LOS CUADERNOS DE MACABRIO
¡Por
tu casa no vuelvo!
Y
no es que le tenga miedo a tu perro monumental, aunque ya me ha mordido seis
veces.
Sabes
bien que no es por él por quien no iré más.
Me
basta con interpretar tu mirada de odio, tan caustica, tan cruel y tan letal.
La
tentativa drástica de tu táctica. El látigo mojado de tu indiferencia.
Tu
estrategia: piedras envueltas en papel regalo, dardos envenenados entre flores.
En tus besos tus bofetadas.
Con
eso me basta para no volver jamás por tu casa.
Si
hoy he vuelto, espero me disculpes y además debes saber que en noches como
esta, soy sonámbulo y transito por calles siniestras, solitario, descalzo y así
como ves, en piyama.
Quizás
mi inconsciencia sea más que mezquino, masoquista. Y quiera de nuevo verte con
tu delicada sonrisa de hierro, hélida y alacranada.
Aquella
me obsequias siempre cuando de tus cosas y en tus lujosas jornadas te
distraigo.
Mujer,
¡Tranquila! ¡Por tu casa no vuelvo! Y aunque extraño y dulcemente el veneno de
tus ojos y el antídoto de tus sonrisas azucaradas con hiel y láudano, me
llamen, no volveré.
Me
iré a sanar las heridas abiertas con limón a sal.
Ya
verás cómo tu perrito arrepentido algún día las lamerá.
Si
de pronto, en mis sueños me confundo, si entre calles somnolientas caminando,
con tu calle doy, si a tu casa por esas cosas de mis pasos y el destino llego.
Ojalá, mujer, que estés de buen genio, ¡Tan linda como siempre! Y que a Cupido,
le hayas comprado un bozal.
Febrero
de 1999.
UN
BUENDÍA
Don
Gabo, con su permiso.
-¡No,
don José Arcadio! ¡Hoy es martes!... ¿Si ve? Por obstinado sigue amarrado a su
castaño.
Créame,
no tengo por qué mentirle. Ayer fue lunes, pero hoy, aunque el cielo esté gris
y como el de ayer bastante arratonado, es martes.
Miré,
empezó a llover otra vez. ¡Cielo roto este! Se va a mojar.
¡No
sea terco, hombre!
Dígales
por lo menos que ya lo sabe. Dígales que sí, que estaba equivocado y aunque
usted y yo sepamos que hoy es el día que se nos venga en gana y que la tierra
es redonda como una naranja, dígales por favor, que hoy es martes.
Marzo
de 1999.
DISTRAÍDO
Y CIEGO
-Espejito,
espejito, dime, ¿Por qué no ha vuelto ella?
El
espejo estalló y una voz de ultratumba contestó:
-¿Aún
no te has visto? ¿No te has dado cuenta?
Marzo
de 1999.
EN
LA PENUMBRA
Hay
autores que me están enseñando a matarme.
Y
en solitarias lecturas, a nadie le preocupa prohibirme que lea, a nadie le
interesa saber en qué dilapidó las últimas luces de mi vida.
Despilfarrando
bocanadas de aire. Citando noches de abismos. De oscuridades absolutas que no
asustan, porque están más allá del bien y del mal, entre el contundente caos
que dilapida el orden, la vida, el espacio, el tiempo y en la penumbra.
Sólo
una voz siempre portentosa. Y es la misma que inauguró este cuerpo que se
arrastra, transita y tropieza.
Estos
últimos días calurosos traen consigo nociones de mi lejana época: menos
complejas, menos nubarrones en el horizonte, ¡Ah, sí! Pero tanta estupidez
inédita. ¡Tanta tristeza! Extraños y eficaces bebedizos, mortales menjurjes
preparados, hilos, sogas, cuerdas, cintas y cadenas.
Saltos
y gritos imaginados. Caída libre sobre el asfalto. Abismos, altas y solariegas
azoteas.
Por
la carrilera los sábados sin siesta más allá de las cuatro de la tarde pasa el
tren.
El
tambor de un arma anida en su cavidad tercera un oloroso proyectil.
Vibran
y sobresalen ciertas venas en los brazos cada vez que al levantar la cruz hago
fuerza. Corrientes carminezcas en las muñecas. Caminatas descalzo sobre la
hierba, piedras, pavimento, cornisas, precipicios, equilibristas sobre
calderas.
Poco
te gustan las fiestas. Un día cualquiera te llega -anónimamente- una
invitación. Aceptas y vas. Te obligan y arrastrándote te llevan. Llegas
diplomático, muestras una sonrisa hipócrita y saludas.
¿Qué
encontraste? ¡Nada! Lo que viste y te ofrecieron te disgustó.
Te
aburrió y asustó el decorado, la audición de la música, la anfitriona con sus
princesas. Los pasabocas pasaron y pasaron y ninguno pasó por tu boca.
Vino
sin uvas, refrescos acalorados, comida exquisita, deliciosa, de etiqueta, pero
te indigesta.
Bajo
la manga del mago una carta. La saca, la lee y… subliminalmente, entre versos y
frases cifradas te indica que, aún posees desde los pies a la cabeza el
privilegio de optar por muchos caminos e innumerables sendas.
-Señor,
mago. Disculpe, no entiendo.
-¡Grandísimo
idiota! –Replica con ira- ¿No has escuchado tu libre potestad y tu libre
albedrío? Posees la capacidad de optar y elegir cómo y cuándo salir de dónde
quieras.
Así
pues, sales de la fiesta, reclamas en la puerta tu sorpresa y al abrirla
descubres un manual: “Cómo matarte sin errar en el intento ni arrepentirte” por
Macabrio Sinamar.
Ciegos
e ilusos aseguran que la vida es una fiesta.
Sencillo,
ya con el manual y como no me gusta, me salgo de ella.
Abril
de 1999.
SUEÑO
Cuando
tranquila mueres en la cama para resucitar más cansada en la mañana. Cuando te
tiran y te dejas envolver por tu lecho de sábanas blancas. Te olvidas por un
momento de tus largas horas de ardua labor, tus jornadas llenas de proeza y
heroísmo. Corres. Te ocultas de la lluvia como tortuga estrenando caparazón.
Un
vendaval te alzó al límite la falda. Viento atrevido y erótico, viento morboso
y magnífico que espera te sonrojes y te lanza alacranes y caracoles que tapan
los desagües.
Anochece.
Estás desnuda, despeinada y sin maquillaje. Mujer rosada. Alguien te atravesó
el pecho con una daga. Pierdes el color mientras te desangras. Pálida como una
estatua imperfecta y abandonada.
Extraviaste
la llave de tu apartamento. La puerta está cerrada. Tu cuerpo vestido de
olvido. Dejaste un cigarrillo encendido en tu alcoba. Las llamas queman tus
persianas, la alfombra, la llave y tus sábanas.
Tu
hermana acude entre gritos y pretende apagar el fuego con un vaso de agua. Para
que lo bebas, para que lo tomes, ¡Para que por amor al cielo te calmes!
Aterriza
un ángel sin alas que desciende en un paracaídas negro. Trae un pergamino con
letras doradas y un cenicero. Es la respuesta de la divina providencia a todos
tus ruegos y a tu desesperado llamado de emergencia.
Con
un S.O.S de tus labios te hubieras
salvado. Si lo hubieras apagado siquiera y si el enorme coche rojo provisto de
mangueras, campanas, escaleras, sirena y agua no hubiera arrollado en su
carrera a tu ángel de la guarda en la autopista.
Una
señora vestida de negro llegó primero y como en tu afán no le pudiste devolver
el secador para el cabello, roció todo tu apartamento con gasolina y en la
gigantesca explosión, mueres como lo soñaste o alguien me echa agua fría en la
cara y despierto nuevamente a mi trabajo de bombero.
Octubre
de 1999.
GIRO
Empecé
por contar uno a uno todos los lunares de tu cuerpo.
Acariciar
tu piel, absorber la fabulosa fragancia de tu perfume.
Enredar y ondular con mis dedos tus cabellos.
Cerrar
tus párpados con dos besos.
Seguir
los suaves contornos de tu boca.
Besarte
dormida.
Dibujar
con tu labial una gaviota en tu espalda.
Ascender
heroicamente a la torre excitada de tu cuello.
Alzar
en un mudo aplauso tus brazos.
Unir
tus manos: uñas largas y rosadas.
Perfumar
con talco tus senos…
Ahora,
sólo
quitó las flores secas de tu tumba.
Diciembre
de 1999.
PAVIMENTO
Arrancaron
las plantas de mamá.
Cortaron
el árbol de mango.
Pavimentaron
el patio.
Ahora,
asfalto y más asfalto.
¿Qué
haré?
¿Con
qué cadáver jugaré?
Febrero
de 2000
CONFUSIÓN
Abrió
los ojos y vio a Dios.
No
era cómo lo había imaginado.
¡Era
tan distinto!
En
el encuentro le agradeció muchas cosas.
Le
recriminó otras tantas.
Le
increpó y le reprochó.
Se
envalentonó en demasía hasta gritarlo, pero al final, conmovido,
le
besó los pies y las manos.
Él
lo escuchó y se lavó las manos en aceite. Lo alejó del fuego, lo bañó en
estiércol antes de devolverlo al cielo.
Abril
de 2000
EL
ISCARIOTE
-Jesús
te ama. Escuchó al borde del abismo.
El
te creyó –gritaba la voz- Te perdonó.
Desesperado
apagó el radio. Le sacó las pilas.
Lo
rompió contra el árbol y luego se ahorcó.
Septiembre
de 2000
ANHELO
Como
dos botones en tu blusa se demarcan tus pezones.
La
lluvia te excita. Este frío que pone eréctil las cosas, firmes los pensamientos
y tan erguidas las ideas.
Una
larga trenza se deriva de tu cabeza. La deshaces. Queda tu cabello suelto en tu
espalda desnuda.
Un
bucle huérfano se burla del orden y rebelde se ubica subliminalmente en el
infinito cañón de tus senos.
El
agua borró el talco de tu pecho. Cabello mojado, gotas de agua exploradoras se
deslizan suicidas y conquistan todos los poros y todas las rendijas abiertas de
tu cuerpo.
Buscas
empapada donde salvarte de la lluvia, un lecho que te entibiezca, que te seque.
Manos que te acaricien y te enciendan la piel, dedos que inquietos se pierdan
en tu húmeda oscuridad.
Labios
que rocen tu boca, manos que ausculten curiosas, que ardan, que quemen y que
huelan a ti.
Y
aún sola, sin fuego, sin techo, sin lecho y para desventura de tu anhelo, estás
lejos de mí.
Octubre
de 2000
COMO
TÚ
-¿Por
qué tan descuidado?
¡Con
veintidós años! Y ¿Aún no tienes novia?
O
¿Es que no te gustan las mujeres?
Le
gustaban. La noche anterior había abusado, descuartizado y cocinado una a fuego
lento.
En
el mismo instante de las preguntas, acariciaba un par de ojos verdes con los
dedos de su mano derecha escondida en el bolsillo.
-¡Me
gustan, Linda! Así como tú. Bellas y curiosas.
Octubre
de 2000
RESÍGNATE
Vuelve
a tu tumba.
No
es tu tiempo. Estorbas.
¡Mírate!
¡Repugnas!
Además
te han olvidado. Nadie recuerda tu sepultura.
¿Por
qué la abriste? ¡Mejor te hubieran cremado!
Vuelve
a tu tumba.
Entiende
que ya no resulta pelear contra lo que no se lucha.
Aprende
a perder.
Fue
tu fortuna: nacer, desamar y morir.
Antes
que alguien te amará, antes que alguien amarrará los cordones de tus zapatos,
ya habías intentado ahorcarte con ellos.
Vuelve
a tu tumba.
Estaba
sellada.
Estaba
bendita, no la profanes,
¡No
eres Lázaro, por Dios Macabrio, no te confundas!
Octubre
de 2000
MAGENTA
“A
tus agudos senos,
que
nunca aprisionaron
corazón
humano”
Baudelaire
“Esta
es natural condición de mujeres
-dijo
Don Quijote-: desdeñar a quien las quiere y
amar
a quien las aborrece”
Capítulo
XX - Don Quijote de la Mancha
“Amar,
amar sin cesar y morir de amar”
Baudelaire
“Lo
que levantó tu hermosura han derribado tus obras,
Por
ella entendía que eras ángel,
y
por ellas conozco que eres mujer”.
Capítulo
XXIII- Don Quijote de la Mancha.
Tenía
varios epígrafes archivados y no sabía qué hacer con ellos. Luego, puestos al
sol en el oscuro silencio, al unísono, gritaron tu nombre.
Contaron
tu historia, y así, creo que coincidieron.
Tú
eras su esencia. Dueña única de todas mis ideas.
Para
ti, ángel inanimada, mujer imaginada, en la desventura de mi vida, sin más arte
van estos versos:
Eras
ternura. Contenías toda la belleza.
Tu
rostro incursionó en mil mentes.
Pusiste
las huellas de tus manos y pies, en el gran asfalto fresco de la memoria.
Fuiste
musa inevitable de innumerables pensamientos imposibles de plasmar en el papel.
Pero como naciste para enloquecer, la tinta y el papel se conjugaron y contaron
por ti millones de absurdas historias.
Una
noche tu hermana te entregó un sobre. Más grande y pesado de lo normal. Sin
duda, debía contener más que una carta.
Ansiosa
lo abriste y encontraste la carta, en efecto, además chocolates envueltos en
papel dorado, un cuaderno repleto de escritos y también una mano.
Humana,
delgada, con algunos rastros de sangre, con muestras fehacientes de haber sido
cercenada, aún con sus cinco dedos intactos, con tres uñas sucias y mal
cortadas.
-¡Dios,
mío! ¿Qué es esto?
Lloraste
nerviosa abrazada a tu hermana quien estaba más nerviosa que tú y no dijo nada
distinto de lo que esperabas escuchar.
-Me
la pasó un amigo. Me dijo que te la entregaba y que lo mandaba aquél.
Lo
despreciaste un domingo.
Nunca
le contestaste ni el teléfono ni los cumplidos.
¡Mira!
También te mandó un manuscrito. Tal vez sea su carta de despedida. O los poemas
que según él, no le pertenecían. Porque
te lo dijo una vez, escribía por ti, sólo por ti y pensando siempre en ti.
Y
claro, niña vanidosa, no le creíste y jamás te importó.
La
carta, el cuaderno, los chocolates que botaste porque pensaste con perversión
que los había envenenado, junto a la horrorosa mano sanguinolenta que te llevó
a las tediosas y estúpidas entrevistas con la policía.
-Señorita, ¿Cuándo fue la última vez que lo
vio?
-El
domingo pasado, señor.
-¿Habló
con él?
-No,
señor. Sólo lo escuché.
-¿Qué
le dijo?
-¡Nada!
-¿Nada?
-¡Ay,
no sé!
-¿No
sabe?
-¡Qué
me amaba y que yo era la mujer más bella que había visto en toda su vida!
-¿Le
dijo algo más?
-No…
-¿Segura?...
-Que
dizque yo encerraba toda la gracia de la hermosura y no sé que otra cosa de la
magia femenina en las demás mujeres repetidas y otras babosadas.
-¿Fueron
amantes?
-¡No,
señor! ¡Cómo se le ocurre!
-Le
gustaba
-¡Para
nada, señor!, además…
-Además,
¿Qué?
-Además
siempre me incomodaba con sus poemas.
-¿No
le gustaban?
-¡Ni
cinco, señor!
-En
especial, ¿Qué le disgustaba?
-Muchas
cosas, señor…
-¡Sí!,
pero ¿Qué cosas?
-Me
endiosaba y eso me molestó.
-¿Usted
se lo dijo alguna vez?
-Sí,
señor. Justamente ese domingo.
-¿Qué
le dijo?
-¡Muchas
cosas, señor, muchas cosas!
-¡Señorita!
¿Qué cosas?
-¡Que
era feísimo! Que no me gustaba y además que escribía mal. Que no me interesaba
en lo más mínimo. ¡Qué detestaba sus malditas chocolatinas de fresa! Le dije
que madurara, que no fuera tan infantil y ridículo. Que me dejara tranquila y
en paz. Que no me buscará más, que se alejará de mí. Que, por favor, no me
jodiera más la vida. Que se bajará de esa maldita nube gris, que dejara de
soñar y que no se empeliculara más. Que se fuera, que estaba ocupada. Que
estaba de afán y que ya tenía novio australiano. Que no podía atenderlo ni ese
día ni nunca. Que no pisará más el piso, ¡Mirá que acaban de trapear!
-¿Qué
día dijo que ocurrió eso?
-El
domingo veinte.
-El
veinte… ¿El día de su cumpleaños?
-Sí,
señor.
-¿Cuántos
años cumplió?
-Veintiún
años.
-La
felicito, señorita. Bella edad. ¡Muy bella!
II
Se
guillotinó la mano derecha y murió desangrado en seis minutos.
La
mano tuvo su propio funeral.
Después
de una breve autopsia y de ser sometida a inacabables jornadas de prensa y de
sesiones fotográficas, fue guardada en un ataúd diminuto y llevada en una
improvisada carroza fúnebre al cementerio de las Rosas, donde fue sepultada
contigua a la tumba del cuerpo de su dueño con la siguiente inscripción:
Joven
Macabrio, devolvemos su mano derecha hacedora de poemas insipientes, desdeñados
y maltrechos por la jovencita Magenta. Muy bella, coincido con usted. Sin duda,
cada vez más linda. Le diré además que soy su nuevo amante y le prometo, por
los escudos de mi traje, amarla, cómo usted hubiese querido. Su amigo, El Vivo.
III
Esta
mano te soñó.
Igual
que mi mente en mil sueños te dibujó muchas veces en el roto cristal de mi
ventana.
Quiso
como la izquierda, acariciarte. Deslizarse por tu piel.
Peinarte
y contar con los dedos uno a uno tus cabellos.
Brindar
con tacto, desde tus pies a tu cabeza y acariciar y acariciar hasta llegar a la
elevada cima de tus senos.
Dibujarte
en la espalda gaviotas marineras.
Alejar
la tristeza de tu ser.
Escribirte
en la piel canciones de luz y armonía.
Escribir
con tu nombre versos en la arena.
Esta
mano quiso ser todo para ti, mujer.
Sin
ti era necia marea destructora.
Era
nerviosa, tan tímida y tan tonta.
Te
la entregó, ¡Es sólo tuya, Magenta!
Porque
no puede ser mía aquella que nunca me dejó dormir y que negoció sin ningún tipo
de resistencia el sueño para ofrendarte con papel.
En
las frías madrugadas tomaba la pluma y sobre el papel o en las paredes,
titulaba con tu nombre y frenética e incontenible escribía y escribía.
Estas
líneas las ha escrito ella también.
Tiembla
y tiene miedo a tu olvido. Ha enjugado mis lágrimas, pero, por otra parte está
feliz y esperanzada, porque estará contigo por siempre, si es que antes no la
asas.
Noviembre
de 2000
LÁZARO
-Lázaro,
¡Levántate y camina!
-No
puede oírte. Está muerto.
-Lázaro,
¡Levántate y…
-¡Murió!
Sólo resucitó una vez.
-¡Lázaro!
-No
insistas. Y además, la frase era ¡Ven afuera!
-¡Lázaro!
¡Lázaro!
-
No lo vas a lograr esta vez. No te desgastes.
-¡Lázaro,
ven afuera!
-¿Para
qué lo resucitaste antes si no iba a vivir para siempre?
-¡Lázaro!
¡Lázaro!
-Lo
hubieras dejado muerto de una vez. ¿Para qué burlarse del cuerpo?
-¡Lázaro!
-Su
descomposición era evidente: blando el vientre, acuosas las vísceras. Un
cadáver oloroso de cuatro días.
-¡Lázaro!
¡Lázaro! ¡Lázaro!
-Está
sin familia y hasta Marta murió.
-¡Lázaro,
por Dios, ven afuera!
-No
insistas, Jesús. Ya no te cree y no te hará caso. Recuerda que una tarde y para
siempre, le quitaste la vida.
Diciembre
de 2000
CAMISA
DE FUERZA
“¡Todo
menos una psiquiatra!
¡Mucho
menos una psicóloga!
A
mí denme un vaso con agua y
con
eso tengo por ahora.
Hay
ciencias que no son exactas.
Hay
voces necias que incomodan.
Hay
lugares mejor que este.
Dejen
ir el carro por la loma.
No
cierren esa ventana.
No
volteen la cama.
No
sirven las correas y amarras y
Nunca
me callarán la boca.
Rompan
las venas inyectando pendejadas
que
aún así siguen siendo sueño.
Mañana
despierto y me pondré la soga al cuello y
les
juro que me voy y no vuelvo.
Enfermero,
enfermo,
Esta
camisa de fuerza no es de mi talla.
Mirá
que me queda grande y mirá cómo me pierdo.
¡No
volvás a pegarme en la cara!
¿Qué
culpa tengo yo de qué la inyección no me haga efecto?
Decíle
al de las gafas que mande algo más fuerte.
Decíles
a los de las agujas que los somníferos se vencieron.
¿Si
viste?
¡Me
sacaste sangre!
Lluvia
de flores en el cielo,
limpiala
por lo menos,
Mirá
que no tengo guantes de látex y
Mirá
que últimamente se coagula tarde.
¡Por
favor, no me arrastren!
No
me tiren al suelo.
¿No
les parece bastante?
Visitar
un psiquiatra, soportar una psicóloga.
Sólo
denme un vaso con agua y
con
eso tengo por ahora”
CAJA
DE PANDORA
I
En el
ataúd hay una niña.
Le
vi las trenzas atadas con dos cordones de zapatos.
Está
dormida.
¡No
la vayas a enterrar!
Le
regalé mis canicas chinas, le di además mis baleros y uno le cayó junto a la
boca.
Es
muy bonita.
Alguien
le pintó los labios de rosado y también de rosadas las mejillas.
¡No
la vayas a enterrar!
II
Le
dije que seguía dormida y que era la amiga de una amiga mía.
Ni
siquiera sabe que es su hermana.
El
ataúd es blanco. Lo trajeron esta mañana. Él mismo ayudó a acomodarlo.
Quería
que lo metieran en su cuarto, debajo de su cama.
Imaginó
tal vez que era la caja de pandora, la misma del cuento que me pidió le leyera
anoche.
Después
de comprobar que no había balones, cometas, paletas ni pescaditos de colores,
lloró un poco pero después se animó cuando le dije que me ayudara a guardar a
la niña en su nueva camita de madera llena de almohadones.
Ha
escrito su nombre en la tapa del ataúd.
También
ha dibujado un corazón diminuto y hasta le leyó un fragmento del cuento que
tanto le gusta.
¡Si
supiera que mañana dormirá él!
Marzo
de 2001
EXPLICACIÓN
A
vos no te estaba mirando.
Miraba
tus senos.
Celebraba
silencioso lo grandes que son.
Después
me fijé en tu cabello sólo cuando lo pusiste en frente de tu pecho. Cuando
imagino te abrigó el pudor.
Luego
decidí fijarme atentamente en tu mirada y en tus ojos negros descubrí lo
ofuscada que estabas.
Y
claro, la suavidad violenta de tu mano derecha que después de surcar el aire
con vehemencia me abofeteó.
Marzo
de 2001
HIEL
Incluirte
en un texto a la fuerza.
Y
bueno, aquí estás subiendo por las enceradas escaleras de un moderno edificio.
Llegas
a un piso que pasa del diez con hermosos ventanales panorámicos. Te detienes
segura frente a una puerta. Timbras y mientras esperas te aderezas lentamente
la belleza.
Tus
labios carmín saludan a un tipo de corbata. Ha sido él quien te ha abierto la
puerta y nada que decir.
Entras
y cierras.
Te
sientas en el diván. Coqueta, cruzas las piernas.
El
tipo se ubica en su silla giratoria, se quita los lentes, se frota los ojos y
te empieza a hablar.
Piensas,
luego hablas y le contestas en el lenguaje que no logrará interpretar ni
estando de ti cerca.
Tu
voz parece adormecerlo. Lo hace bostezar, no te cree ni jota.
Te
pones de pie, te acercas a él, le besas la piel junto a la boca.
Abrazándolo,
tiernamente lo conduces a un gran ventanal abierto y lo empujas también.
Te
vas. Usas el ascensor. Nadie te quiere ver taconeando, paso a paso, peldaño
tras peldaño, celebrando la hiel de tu historia.
Mayo
de 2001
COMO
TANTAS
Tengo que recordarle a diario que va al baño, come,
le da gripa y que camina como todas por el suelo…
Que
bebe agua, toma café, omite la hache en una que otra palabra y hasta maldice
cuando el autobús se le pasa en la mañana.
Suda,
excreta, estornuda y se cepilla los dientes y el cabello.
Duerme
acostándose unas veces en su cama entre almohadas y sábanas simples. Algunas
veces duerme sola y otras acompañada.
Ríe,
llora. Ve telenovelas y ni vuela ni levita con las de plumas o algodón en
fantásticas esteras doradas.
Ronca,
babea, cocina, trapea y tiene que lavar ella misma la ropa sucia que se quita.
Sus
prendas íntimas las he visto colgadas en alambres de cobre en el patio de su
casa secándose al sol.
Menstrúa,
no bebe néctar ni ingiere en fabulosas fiestas, divina Ambrosía.
Varias
noches la he sorprendido raspando la olla del arroz con una cuchara y come de
prisa.
Canta
cuando está alegre, baila con la escoba en la terraza, se sacude y rasca la
caspa y todos los domingos le toca lavar la nevera y las cortinas.
Hace
la siesta y si hay buena hostia va a misa y comulga. Ama, odia y te detesta
cuando la endiosas…
¡Carajo!
Tengo
que decirle siempre cuando llora y convulsiona:
Que
no es un ángel, no es un hada, no es una diosa, -la verdad, es hasta odiosa y
flaca- pero el idiota insiste. Lo sabe, lo olvida y persiste, y tengo que
recordarle otra vez, que es sólo una mujer
¡Cómo
Tantas!
Julio
de 2001
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