martes, 4 de marzo de 2014

METAMORFOSIS DE UN LADRILLO

Roído, casi redondo y deformado por el pie del niño que le da el uso y la forma de balón de fútbol, el pedazo de ladrillo en el pavimento, rodando y desmoronándose, pudo haber sido en su otra vida,  parte alta de un patio en un convento de novicias tiernas,  ninfómanas y libidinosas, pudo haber sido paredón de fusilamiento  manchado de sangre, el muro con las rayitas de las cuentas y las lamentaciones de los presos  en   una cárcel, anden sucio de un  burdel, pero ahora pierde su alma en los pies del niño solitario.
El ladrillo, cumple su ciclo: ser y soportar en su miseria y humillación lúdica, en la tierra de los escombros desvalidos, él, el ladrillo que cambia y se reduce a la nada, es Rey. Destruirse para entretener, suplir una ausencia, la nostalgia del balcón y la pared que no fue, sin queja ni la menor idea del por qué, porque no piensa.
El pedazo de ladrillo, pudo haber descalabrado y matado a alguien, pudo haber servido cuando era más grande,  para trancar, desafiar al viento y sostener la puerta, pero ahora solo en el parque, pateado en la cancha de la escuela, cerca de la mierda blanda de los perros, cumple sin ciencia ni dramatismos, la esencia de su mutación drástica, en la decisión de unos pies infantiles que disfrutan los veinte minutos de un recreo.

El ladrillo, que pudo haber sido, muro, balcón o andén, que pudo haber sido parte de una casa, una cárcel y un burdel, el ladrillo que pensó alguna vez en ser Rey, hoy será barrido una y otra vez. Cumplirá con la  vana profecía de su transformación escrita en tiza roja, dentro del Cielo de la Rayuela dibujada por el niño en el asfalto, se convertirá en polvo.

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