METAMORFOSIS DE UN LADRILLO
Roído, casi redondo y
deformado por el pie del niño que le da el uso y la forma de balón de fútbol,
el pedazo de ladrillo en el pavimento, rodando y desmoronándose, pudo haber
sido en su otra vida, parte alta de un
patio en un convento de novicias tiernas, ninfómanas y libidinosas, pudo haber sido paredón
de fusilamiento manchado de sangre, el muro
con las rayitas de las cuentas y las lamentaciones de los presos en una
cárcel, anden sucio de un burdel, pero
ahora pierde su alma en los pies del niño solitario.
El ladrillo, cumple su
ciclo: ser y soportar en su miseria y humillación lúdica, en la tierra de los
escombros desvalidos, él, el ladrillo que cambia y se reduce a la nada, es Rey.
Destruirse para entretener, suplir una ausencia, la nostalgia del balcón y la
pared que no fue, sin queja ni la menor idea del por qué, porque no piensa.
El pedazo de ladrillo,
pudo haber descalabrado y matado a alguien, pudo haber servido cuando era más
grande, para trancar, desafiar al viento
y sostener la puerta, pero ahora solo en el parque, pateado en la cancha de la
escuela, cerca de la mierda blanda de los perros, cumple sin ciencia ni
dramatismos, la esencia de su mutación drástica, en la decisión de unos pies
infantiles que disfrutan los veinte minutos de un recreo.
El ladrillo, que pudo
haber sido, muro, balcón o andén, que pudo haber sido parte de una casa, una
cárcel y un burdel, el ladrillo que pensó alguna vez en ser Rey, hoy será
barrido una y otra vez. Cumplirá con la vana
profecía de su transformación escrita en tiza roja, dentro del Cielo de la
Rayuela dibujada por el niño en el asfalto, se convertirá en polvo.
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