MANUSCRITO HALLADO EN UNA TRAGEDIA
Enero 14 de 2004.
Hoy me otorgaron la visa.
España ya no será la
ilusión del calendario al que se le caen los cromos.
Conoceré Madrid,
Valencia o Barcelona. Quizás Alicante y Zaragoza. Ya no tendré que conformarme
con visitar las ciudades españolas en Colombia.
Popayán blanca,
Manizales empinada, Cartagena de Indias e histórica.
No volveré a soñar con
los tiburones ni a leer el libro de los significados y derrumbados presagios.
En la maleta llevaré
conmigo sólo veinte kilos de equipaje y en ella, de sobrecupo, los mejores tres
recuerdos del amor mezquino que me invade por sorpresa en las frecuentes
pesadillas de la siesta.
Por fin el olvido se
acordó de mí. Se acerca con sus pasos silenciosos mientras arrulla a la amnesia
envuelta en una bandera rota.
Extravié el tiquete. En
el tiquete estaba mi cédula.
Marzo 11 de 2004. Hoy
conoceré el metro de Madrid. La anciana que me alquiló el piso me acompañará a
las oficinas de la empresa para la que recolectaré algodón. A los españoles les
disgusta escuchar los Buenos días. Se cagan en Dios todo el día y el que se
persigna es un sudaca.
Aquí en Madrid,
Colombia, Bolivia, Nicaragua o Paraguay es la misma vaina.
Que logren
distinguirnos, es una utopía.
Carlota me ha acariciado
la mano tres veces mientras escribo esta página. No podría imaginar un
encuentro erótico con esta venerable y decrépita anciana a la que no le gusta
depilarse las axilas.
En veinte minutos
llegaremos al punto de parada. Este es el mismo clima de Cali a mitad de año.
Las españolas son altas
y miran a los latinoamericanos como gallinas que miran sal. Deseo una mujer de
azúcar.
Trabajaré hasta
diciembre sin papeles y en un año regresaré a Colombia. Este tren se mueve
mucho y aún con letras temblorosas escribo porque sé que algún día me reiré de esto.
Doña
Carlota me acarició el cuello debo decirle que…
…………………………………………………………………………………………....
Las páginas fueron
halladas sueltas junto al cadáver decapitado de un colombiano sin pasaporte
quien en posición cubito dorsal quedó entreverado en dos sillas y entre los
brazos de la ciudadana madrileña Carlota Libia Guerroz Santillana de 79 años de
edad. En una agenda de bolsillo se hallaron otros textos que parecen ser
poemas.
315
Toda
la mañana la llamé al celular y sólo recibí por respuesta: Sistema
correo de voz. Su llamada está siendo transferida al…
Debo verla hoy. Esta necesidad que
arde en alguna parte del cuerpo con el agravante de la urgencia es más que un
imperativo. Ayer la discusión de siempre. Recordarle que la amaba en la última
llamada e intentar concertar una cita justo para hoy en la tarde.
Las peripecias para que no coincida
con la hora del malgenio ni con la cita al urólogo, la sagacidad del actor
feliz para persuadirla y lamentar con el hígado enfermo porque no quiso
aceptarme. 300, 311, 312, 315… ¡3155124461!
¿De qué sirve tener un celular
apagado? Hoy estoy de gris y el cielo tímido sale con el color del ratón que
amaneció muerto en la trampa.
Ella quiere vivir conmigo, envejecer
conmigo y no me contesta.
La ciudad es la misma y una mierda
cuando no me habla.
¿Me amará?
Este clima seduce las almas y las
convierte en cruces rojas que quieren la paz… ¡Ah!, las maricadas en las que se piensa mientras por
la ventanilla aparece una iglesia.
El hombre de al lado se persignó tres
veces al pasar frente al cementerio central.
Los muertos no hablan, no saludan, no
extrañan ni se afeitan.
Me gusta. Ella sabe que me gusta. A
pesar de ser madre soltera me lanzaría a la aventura de un hogar sin cama por
ella. Me dejaría crecer el cabello, me deprimiría mucho menos al ver el fútbol…
Hasta comería pescado.
El hombre barbado timbra y se baja
frente a tres burdeles. El que parece ferretería es el mejor.
Dos muchachos sin camisa se suben al
bus e irrumpen con sus revólveres y sus gritos el vallenato repetido.
Uno está nervioso y empieza a golpear
a las mujeres que ensordecen con sus alaridos de terror. A ella nunca la he
escuchado gritar.
Recuerdo tarde que tengo en el
bolsillo el celular. El muchachito asustado me apunta con un revolver en la
cara. -¡Pasame todo lo que tenés o te mando a la otra vida, gonorrea!
Le entregue el pañuelo y los $15000 de
la velita azul aromatizada para mi niña linda.
-¡Todo gran hijueputa!
-No tengo más. Alcanzo a decir mientras
del bolsillo el Rington de la Pantera rosa, suena y vibra en su nivel 5.
Antes de entregarlo leí su nombre en
la llamada por última vez en la pantalla junto al número de mi amor y mi
desventura.
DEBAJO DE LA BIBLIA
Entró a la
prostituta a su casa mientras su mujer no estaba.
La hizo pasar entre
afanes al cuarto y luego la acostó en la cama matrimonial que tenía
sábanas limpias y empezó a desnudarla mientras le besaba el cuello, la boca y
las piernas.
Después de unos minutos,
la hembra, caliente, empezó a gemir en serio y a arañarle la
espalda con sus uñas rojas de gata.
Él hizo grandes
esfuerzos para soportar la tentación de ahorcarla y sin perder el tiempo,
le lamió toda la piel hasta que le encontró sabor y comenzó a morderle los
senos, los glúteos y la cara.
Luego, la penetró, sin
condón, en repetidas ocasiones en todos los ángulos y por todos los orificios,
mientras el sudor de las tres de la tarde le impedía ver y mientras un
ventilador giraba en silencio.
Practicó con la mujer,
dieciséis posturas y poses distintas, aprendidas del Kamasutra ilustrado que
guardaba en el armario debajo de la Biblia.
Ella sumisa y cumpliendo
las órdenes estrictas, era una atractiva mujer de cabello corto,
estatura mediana e indudablemente con cuerpo de puta.
Cuando se sació de
comer, respiro cien veces hasta que el corazón se le estabilizó y pudo
levantarse de la cama mientras la mujer se bañaba y volvía a vestirse.
La mujer, vestida con un
pantalón blanco apretado y una blusa que le moldeaba muy bien sus senos, lo
beso sentada en la cama y lo apergolló con ternura. El hombre, todavía desnudo
y jadeante, le pasó otros dos billetes nuevos y la beso largo en la boca para
volver a saborear su lengua.
La prostituta salió y el
hombre en toalla, se fue para la cocina a preparar el arroz para la comida.
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