SINO Y LADRIDO
Perro y mendigo
van
por la calle.
La
carretilla, su único tesoro, lleva cartones, costales y hambre.
Allí,
comen, cuando tienen. Duermen, cuando no
llueve fuerte.
El
sol empieza a dormir y la ciudad despierta a la noche,
Incierta,
indolente,
Peligrosa,
Indiferente
y egoísta.
El
perro ha comido dos pedazos de pan,
la
mitad de una salchicha y ha bebido agua en un recipiente reciclado.
El
hombre, tose sin cesar,
y
aunque nunca ha fumado,
escupe
sangre y síntomas de muerte.
La
mascota del mendigo,
parece
complacido, camina hábilmente entre motos,
vehículos
y camiones.
Ha
evadido su Muerte,
un
autobús lo rozo un jueves y aunque
se
asustó,
vivió
para ladrar y para rascarse con
desenfrenó
su oreja.
El
hombre, el mendigo, el amo tiene fiebre
y el
perro lo ha sentido cuando en la noche le acarició la cabeza.
Ambos
duermen sobre la carreta y sólo a mitad de la noche
el
perro se acuesta abajo, cuando arrecia la luna.
Una
mañana de martes, sin que nadie lo advirtiera,
el
hombre dejó de toser y se fue a su otra muerte,
dejando
sin aire sus pulmones enfermos.
El
perro de tres años lamió sus manos,
Con
su hocico le olfateó la cara y con un gesto
genuino
y perruno,
lloró su desespero y se despidió a su modo
Canino,
sincero y emotivo.
El
cadáver, en la carreta rígido,
espera
un solidario descubrimiento.
El
perro, entiende su Sino y sigue su rumbo.
Buscando
su nuevo amo,
Por
la vía, algo de comida,
Buscando
también su muerte.
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